Es común ver mucha gente
junta y abrazada en un velorio. Suenan
mucho las palabras: qué pena… cuánto lo
vamos a extrañar… no puedo creer que se haya ido (se usan eufemismos, son más
leves que “muerto”). Ahora bien, qué
pasaría si la misma persona estuviese viva e hiciera una fiesta, celebrara un ascenso en el
trabajo o su cumpleaños; les parece que iría tanta gente al evento? Los desafío a observar una situación y otra,
en mi opinión la respuesta es no.
Cuando
la ocasión es para festejar, la
convocatoria es menor. Las personas a
veces por cansancio, por ocupación o simplemente por no tener ganas se permite
postergar, no asistir, total, nadie se
va a dar cuenta, va a estar lleno de gente.
En general son los momentos dolorosos los que convocan más
gente, es en las malas donde las personas sienten la necesidad de estar. Como si consolar fuese más importante, más
valioso que felicitar, que brindar.
No tendrá que ver con que
los seres humanos tenemos alguna rebuscada cuestión con sentirnos más atraídos
por lo dramático. Si hay dos noticias en
dos canales distintos, una con la placa de ALERTA en color rojo y la otra con
un sonriente periodista hablando tranquilamente les puedo asegurar que el canal
más elegido será el primero. Ejemplos
dando cuenta de lo mencionado hay varios, el punto es siempre el mismo,
pareciera que la tragedia convoca más que la alegría.
También puede ser que
muchos, en las malas, sienten la obligación de acompañar. Hasta qué punto el deber ser nos permitiría
vivir sabiendo que alguien cercano a nosotros está sufriendo y que no nos vea a
su lado, no marcar presente, porque muchas veces solo se trata de eso, de
marcar.
Cuando las personas
celebran con el otro dejan de lado sentimientos como envidia, resentimiento,
egoísmo, carencias propias y hasta una pizca de narcisismo. Aceptar que otro es feliz, que está
atravesando por una situación tan agradable que no vale la pena dejar pasar,
sentir ganas de acercarse a él y compartir ese momento no ocurre tan frecuentemente
y no hay que darlo por sentado. Las
personas que están bien consigo mismo pueden recibir los buenos momentos con más facilidad,
quieren hacerlo, quieren escuchar buenas
nuevas, y qué mejor que vengan de sus amigos, familiares o seres queridos.
Alegrarse con el otro no
tiene nada de mandato, es pura elección.
La elijo tan a menudo?
Me tomo el tiempo de ir a
encontrarme con un amigo sólo para celebrar su alegría?
Me hago un rato para
llamarlo por teléfono y conversar, sin apuro, sobre el logro que acaba de
obtener?
Hago de alegrarme con mi
amigo y celebrar su felicidad un asunto cotidiano en mi agenda?
Sería bueno que eso
sucediera, porque el que está contento tiene ganas de compartir el sentimiento,
tiene ganas de charlar sobre eso con alguien, de sonreír, de chocar su copa y
brindar. Es ahí donde quiere ver las caras
conocidas de sus amigos, de hacer que la risa se vaya contagiando hasta
convertirse en carcajada. Es ahí donde
quiere escuchar todos los adjetivos calificativos que lo describen. No FUE un gran tipo, padre presente,
laburador, emprendedor, generoso, divertido, ocurrente, ES todo eso. Es y como todavía está en esta vida tenemos
la posibilidad de decírselo, de abrazarlo y darle una palmada en la espalda
pero de “bien!! Qué momento tan lindo!! Tenemos que festejar!! La palmada no es
de contención sino de “estoy feliz por vos”.
A mi manera de entenderlo,
“Los amigos se ven en las buenas, malas, adelante, atrás, arriba y abajo, en
fin, SIEMPRE”
Que buena reflexón Mary! Es verdad, a la vida hay que celebrarla a diario!
ResponderEliminarGracias por tus palabras!
buenísimo, te celebro siempre, marian
ResponderEliminarcuento con el SIEMPRE!!
ResponderEliminarV