Una vez más encuentro en
lo cotidiano un tema para reflexionar.
Transcurre en el jardín y
esta vez la protagonista fue la manguera.
Ahí estaba yo tratando de
unir dos partes de ella para llegar a un cantero que estaba muy seco. El primer intento fue un fracaso, la presión
del agua separó los dos extremos, insistí, ésta vez haciendo más fuerza,
ocurrió lo mismo, no pude. No vale la
pena detallar cada situación porque todas fueron iguales y la escena siempre fue
la misma, yo uniendo las partes, sosteniéndolas unos segundos, utilizando toda
mi fuerza, cuando creía tener la situación controlada la apoyaba en el pasto,
soltaba los extremos pero cuando terminaba de contar hasta tres el resultado se
repetía casi como sistematizando mi fallido.
Me enojé mucho con la
manguera, también conmigo y como hago la
mayoría de las veces que me siento así, decidí parar. Fue cuando me estaba dirigiendo a apagar la canilla,
fue cuando me moví del lugar anterior cuando pude ver, comprender lo que pasaba
y hacer algo distinto para lograr mi objetivo.
Una parte de la manguera que estaba sobre el pasto estaba doblada, esto
era lo que impedía el paso del agua provocando la presión que hacía que yo no pudiese unir las dos puntas.
Al poder verlo, al
notarlo, enderecé la manguera, el agua empezó a fluir naturalmente y fue allí cuando pude hacer que
llegara al cantero y regara las plantas.
Esa vez no tuve necesidad
de hacer fuerza, sólo le di curso a lo que estaba hecho para funcionar.
En ocasiones logramos hacer
contacto con la necesidad de cambio pero muchas veces nos cuesta conectarnos
genuinamente con nosotros mismos para accionar en función a la necesidad.